El Pais Cultural / no 515 (Montevideo / Uruguay)
Setiembre 1999
UN NOVELISTA DEL SERTÂO
Rosario Peyrou
Nacido en Bahía en 1940 en un pequeño pueblo del sertão, Antônio Torres tiene una larga trayectoria como novelista. Su primer libro, Un perro aullándole a Ia luna fue considerado Ia revelación del año por Ia crítica brasileña en el momento de su aparición (1972), y se publicó en español en Buenos Aires por Sudamericana. El segundo, Los hombres de Ios pies redondos (1972), es una novela más experimental, que refleja su experiencia en Portugal al final del salazarismo. Pero fue Esa tierra (1976) el libro que lo consagró, dentro y fuera de su país, como uno de Ios novelistas más destacados del Brasil. Luego vendrían Carta al obispo (1979), Adiós viejo (1981), y Balada de Ia infancia perdida (1986), inspirado en un poema de Lorca que Torres leyó cuando era muy joven en Ia Biblioteca Mario de Andrade de San Pablo, recién Ilegado a Ia ciudad. Un taxi para Viena d’Austria (1991), su libro más carioca, va en Ia quinta edición y fue publicado en francés por Gallimard. En 1997 salió su última novela El perro y el lobo.
Inquieto, bienhumorado, Torres ha incursionado también en Ia crónica. Lo hizo en 1996 con un libro sobre el centro de Rio de Janeiro y en 1998 con El Circo en el Brasil.
– ¿Cómo sitúa su propia obra en la literatura brasileña?
– Tengo un pie en Ia tradición y otro fuera de ella. Pertenezco a Ia generación de Ios años 70 que tiene un grupo amplio de escritores: desde Marcio Sousa en Manaus a Moacir Sclyar en Porto Alegre. Uno de Ios nombres mayores de mi generación – infelizmente muerto – es el escritor Joâo Antonio. La mayoría de ellos está hoy en Ia primera plana de Ia literatura del Brasil: Joâo Ubaldo Ribeiro, Ignacio Loyola Brandâo y muchos otros, Es una generación que está ligada con Ia anterior, Ia de Carlos Heitor Cony, quien hoy tiene un gran éxito después de 23 años sin publicar nada. Con Ia novela Casi memoria a sus 72 años está produciendo lo mejor de su obra. La generación de Cony es también Ia de Autran Dourado, José J. Veiga, Lygia Fagundes Telles (una verdadera “rainha” de Ia literatura). Estas dos generaciones convocando a los que vienen luego han obtenido un gran espacio internacional. El Salón del Libro de París de 1987, Ia Feria del Libro de Frankfurt en 1984 y en 1998 otra vez el Salón del Libro de París, le han dado especial atención a Ia literatura brasileña. El año pasado concurrimos a París 40 escritores de mi país.
Algunos, como Carlos Heitor Cony, Lygia Fagundes Telles, Nélida Piñón y yo fuimos condecorados con Ia Orden de Ias Artes y Ias Letras.
CASI UN CONTINENTE
– En un país con tantas diversidades ¿se puede hablar de una literatura brasileña?
– La literatura brasileña vive aislada dentro del continente, pero tiene una característica curiosa. Hay asociaciones de nuestra narrativa con Ia hispanoamericana, pero hay singularidades que son solamente nuestras. Hay una enorme diversidad de estilos, tendencias, maneras de hacer literatura. Yo soy de Bahía y Joâo Ubaldo Ribeiro también, somos de Ia misma generación, de Ia misma edad, pero somos distintos. El es de Itaparica, en el litoral de Bahía, y yo soy del sertâo, y eso explica que seamos tan diferentes.
Si dentro de un estado, Ios escritores de una misma generación no se parecen entre sí, imagínate lo que sucede si pensamos en todo el país. Cada región tiene una manera de pensar, una cultura propia, no se puede comparar Bahía con Ia Amazonia o Río de Janeiro con Porto Alegre. Eso da una riqueza literaria muy grande.
– ¿Esas diferencias son mayores en cuanto a Ia temática o hay grandes diferencias de tipo formal?
– En todos Ios sentidos. La literatura brasileña comenzó con una influencia muy fuerte de Ia literatura inglesa. Machado de Assis había leído muy bien a Sterne, pero él es Machado de Assis, por aquello de Ia canibalización. La antropofagia es muy antigua en Brasil. Los escritores anteriores a mí sufrieron influencias del nouveau roman francés, por ejemplo.
Yo siento que mis fuentes principales fueron los nortearnericanos: yo soy aquel chico que arnaba a Faulkner y a Scott Fitzgerald (se ríe). Y claro, hoy cuando me leo me siento pariente próximo de García Márquez y de Rulfo, que son parientes de Faulkner. De modo que somos primos.
PARTIR Y REGRESAR
– Su literatura es de ámbito rural fundamentalmente.
– No exactamente. Mi escenario fundamental es Junco, el pueblito donde nací. Ahora lo cambiaron, ya no se llama así. Pero yo escribo mucho sobre el desarraigo, el impulso de abandonar el lugar y sobre el regreso, sobre todo. Uno de mis libros, que vendió más de 150.000 ejemplares, es una novela breve que se Ilama Esa tierra (1976). Está traducida a muchos idiomas. Y es una historia de regreso, sobre un hombre que sale de su tierra en Bahía, va para San Pablo y regresa veinte años después y se mata ahorcado en el gancho de una hamaca. Es una historia real y yo fui a investigar Ia existencia real de este hombre, y no pude saber nada. Nadie quería hablar de él. Entonces me di cuenta que Ia negación del hecho era el verdadero hecho. Y percibí por qué aquella gente no quería hablar de este hombre que fue a San Pablo, regresó y se mató. Porque el sueño del lugar era partir. Si uno parte, regresa y se mata, mata el sueño del lugar. Con este cuadro en mis manos me dije “Tienes que ser un verdadero novelista, buscar Ios hechos, y escribir Ia novela”.
– Ese tema recurrente que es el sueño de salir, es un tema arraigado en el sertâo, una tierra de migraciones.
– Claro que Ia pobreza existe y moviliza a Ias personas, pero no es sólo esto. Es Ia seducción de Ia civilización. A partir de Ia época de Juscelino Kubitschek que hizo Ia carretera Río-Bahía, se facilitó el dislocamiento: huir y regresar. Yo recuerdo que era niño cuando llegó el primer camión. Para mí el conductor del camión era el hombre civilizado, empezando por su ropa que era diferente de Ias nuestras, su manera de hablar. lnmediatamente quise ser camionero para salir por el mundo.
El sertâo es una soledad enorme, hay pequeños pueblitos, Ias noches son mayores que los días, noches Ilenas de fantasmas. Hay una gran riqueza de literatura oral, porque Ia gente no sabe leer y escribir.
EL PODER DE LÁ IMAGINACION
– ¿Cómo nació entonces el escritor?
– El sertâo me hizo escritor cuando era niño, porque fui a una escuela rural, y Ia maestra, que no era de allí, percibió que me gustaba leer y escribir y empezó a hacer una especie de taller literario conmigo todos los días. Yo tenía que leer un texto y después escribir una composición. De ahí salió el escritor. Porque uno de Ios temas recurrentes era “Un día de Iluvia”. Como en el sertâo nunca Ilueve exigía mucha imaginación (se ríe). Y cuando descubrieron que sabía escribir empezaron a aparecer Ios muchachos para que yo escribiera sus cartas de amor. Después Ia muchacha que recibía Ia carta me Ilamaba para que yo se Ia leyera. Y yo después escribía Ia respuesta. Por ese tiempo gané los primeros derechos autorales de mi vida: me pagaban en dulces.
– Y ahora sigue escribiendo para ellos.
– Sí, yo cscribo sobre ese pueblo. El año pasado me hicieron un homenaje en ese lugar. Fue la cosa más emocionante de mi vida. Mucho más fuerte que ganar Ia medalla en París. Pero sé que Ia medalla de París ayuda a que en Junco me hagan un homenaje. Tuve que hablar en Ia iglesia porque es el mayor espacio que hay en el pueblo. Y prácticamente todo el pueblo estaba allí. Había 3.500 personas. Y cuando miré esos rostros me quedé helado. Y sólo pude decirles: “Ya hablé de ustedes en todo el mundo, hasta en Bulgaria, pero ahora mirándolos a Ia cara, no sé de qué hablar”. Entonces abrí mi novela más reciente, El perro y el lobo, que es Ia reconstrucción de Ia historia de Esa tierra veinte años después, y Ia abrí donde el personaje que estaba en San Pablo imagina cómo sería volver a su lugar. Leí para ellos, y cuando terminé Ia lectura, miré los rostros y todos estaban contritos, como si yo acabara de rezar Ia misa. Fue una cosa impresionante.
Entonces recordé el día en que de niño subí a aquel mismo altar para ayudar al cura a decir Ia misa en latín, y en aquella ocasión no conseguí recordar toda mi parte. Y les dije que mi estrena en aquella iglesia había sido un fracaso.
Terminé cantando “Introibo ad altare Dei”, y me contestaron en latín “Ad Deum qui laetificat iuventutem meam”. Y vi a una negra con un rostro bellísimo, que cantaba en el coro de Ia iglesia cuando yo era niño, y ahora le caían Ias lágrimas por Ia cara mientras cantaba.
Yo soy ese escritor. Mi escritura viene del amor. Yo busco crear cosas que emocionen. Creo que Ia utopía del arte es crear belleza.
17 setiembre 1999